domingo, 12 de julio de 2015

Hasta cuándo...

Me gustaría saber…
Desearía saber... Hasta cuándo.
¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a tener que tolerar ciertas cosas? ¿Hasta cuándo vamos a tener que aguantar esas cosas con la cabeza gacha? ¿Hasta cuándo vamos a aceptar que hagan lo que quieran de nosotros? ¿Hasta cuándo hay que soportar esto? ¿Hasta cuándo?
Todos sabemos que hay un cierto orden, todos sabemos que hay prioridades, todos estamos al tanto que hay algunas cosas más caras que otras, y mal que mal, todos cuidamos nuestras pertenencias. ¿Pero qué hacemos cuando el precio de lo material sobrepasa con creces el precio de una vida? A este dilema nos enfrentamos todos los días, unos más que otros, y hoy por desgracia me toca a mí; me toca vivir muy de cerca una situación de esta índole, y es horrible.
Con un profundo dolor en el pecho recibí la noticia de que a un chico le arrebataron la vida de una manera fría, cruel y por demás cobarde. Un chico con el cual compartí muchos años de mi vida en el colegio, un chico que fue mi amigo, un chico del cual gusté mis primeros años de secundaria. Un chico común, un deportista, alegre y siempre divertido. Un hermano, un amigo, un hijo, un compañero. ¿Un chico más? Sí, muchos de los que me leen pensarán que fue uno más, un hecho más, “uno más” dirán con resignación, como si esperaran que pase de nuevo, como si tuviéramos que estar acostumbrados, como si tuviéramos que verlo con naturalidad considerándolo moneda corriente, bajando la cabeza y esperando a ver a quién sigue, quién es el próximo. Después de todo, la inseguridad es una sensación nomás, ¿no?
Maxi era un excelente pibe. Me llevo muchísimos recuerdos de las tantas horas que pasamos juntos, dentro o fuera del colegio. Las canas verdes que sacaba a los profesores, los chistes siempre oportunos, el poder de sacarle una carcajada a la persona más seria, la buena onda en cualquier situación... Eso, la chispa; él la tenía.. Más de una vez me hizo reír en momentos de enojo o tristeza, en momentos que nada te puede hacer sentir bien, él me hizo reír hasta quedarme sin aire. Eso es tener chispa. La última vez que lo vi fue hace menos de dos meses, cuando me lo crucé volviendo de dar un parcial; hablando de cosas de la vida me dijo que estaba pensando terminar el colegio, a lo que yo le dije que tenía que esforzarse un poquito nada más rendir las materias que le quedaban, y ya estaba. “Pero vos sos pro Rochu, sos re traga y yo... Bueno, yo soy lindo”. Cuándo no haciendo bromas así... Era una buena persona, no merecía esto. La verdad es que nadie merece esto, pero a él, a su grupo de amigos, los interceptaron mientras la pasaban bien un viernes a la noche, como cualquiera de nosotros; les robaron, y un hijo de puta optó también por robarle la vida, a una persona que le dio todo lo que tenía. ¿Robar por necesidad? Sí, pasa, es muy extraño, pero pasa. Ahora, ¿matar? ¿Por qué? ¿Qué cosa pudo haber hecho un chico de 19 años como para que lo mataran? Y así quieran buscarle la vuelta, nada, NADA, puede justificar una cosa así, y menos todavía sabiendo cómo era él... Nada. Arruinaron una noche, y no obstante, destrozaron a una familia, hirieron a muchas otras y vistieron de luto y llanto a toda una comunidad, esta gente desgraciada sin escrúpulos para quienes la vida no vale nada... Quienes no merecen gozarla son ellos; son los responsables de haber apagado una luz, para siempre. Y lo justo sería que paguen el precio, por más que de ahora en más, la luz no va a encender más; sino que ahora es una estrella que va a brillar con más fuerza en el cielo.
Hoy le tocó a Maxi, pero podía haber sido cualquiera. Pude haber sido yo, que con dos amigas ayer estuvimos pensando si salir o no, a escasas cuadras donde estos hijos de puta decidieron ponerle fin a su vida; pudieron haber sido ellas, o sus padres. Pudo haber sido mi hermano, que también sale a disfrutar con sus amigos los fines de semana. Pudo haber sido mi primo, un compañero de la facu, un conocido. Pudo haber sido cualquier pibe, que después de una semana de estudio o trabajo (o ambas cosas) decidió salir a distenderse con sus amigos y a pasar un buen rato. Tu hermano, tu amigo, tu hijo, tu vecino, tu compañero de equipo. Tuvo que pasar una desgracia como esta, tuvo que repetirse una desgracia como ésta, para que nos volvamos a preguntar, ¿cuál es el límite? ¿Cuánto más vamos a dejar que nos sigan negando libertades y derechos? ¿Cuántos más “Maxi” tiene que haber para que los de arriba, quienes correspondan, empiecen a mover el culo y realmente hagan lo que tienen que hacer para evitar que nos sigan masacrando? Escribo esto y se me escapan las lágrimas, las pocas que todavía me quedan. Sigo llorando toda la bronca que mastiqué durante el día. Sigo llorando de pensar que le arrebataron el futuro a un pibe que tenía todo por vivir, todo por delante. Lloro odio, porque me llené de odio, de pensar que esto es realmente muy injusto. Lloro miedo porque puede pasarle a cualquiera en cualquier momento, porque los “pendejos” somos vulnerables. Me llora el alma aflorando esta mezcla de sentimientos y me ahoga. Me ahogo en los pensamientos. ¿Quién tiene la culpa? ¿A quién responsabilizamos? ¿A dónde corremos? ¿Qué hacemos? Y así dos millones y medio de cosas me cruzan por la mente, preguntas que no tienen de donde agarrarse, que van a terminar en ningún lado, para las cuales no hay caracteres que me alcancen, ni tinta suficiente como para ser escritas.
Todo termina en saber “¿hasta cuándo...?”
Max, hoy con dolor me toca despedirme. Te fuiste rápido, te llevaron, injustamente, pero tengo el consuelo de saber que me quedan muchas vivencias para mantenerte vivo; activo, jovial, divertido y gracioso como siempre demostraste ser. Así es como voy a recordarte, como todos quienes hoy nos vemos afectados. ¿Hasta cuándo? No sé, algún día capaz nos reencontremos. Mientras tanto, quienes se preguntan hasta cuándo somos nosotros. Espero que puedas encontrar paz, mientras que quienes quedamos vamos a buscar hasta encontrar justicia y un poco de alivio a tu partida.

Hasta siempre Max.