domingo, 17 de junio de 2012

Mustaine, mi profesor de sociología


Llegué al colegio como cualquier otro día, y no me extrañó ver que mi aula era diferente a lo que yo estaba acostumbrada; los bancos eran de madera, como los pupitres antiguos, todos pegados, como si fueran los de una iglesia; el piso, las paredes y el techo, sostenido por dos gruesas columnas, eran de piedra, esos enormes bloques grises parecidos a los empedrados de la calle, pero más grandes; estaba tenuemente iluminada por antorchas en las paredes… En definitiva, parecía más un calabozo de la Edad Media que un aula.
A pesar de esto, ni a mí ni a mis compañeros nos extrañó; entramos y nos sentamos normalmente en nuestros bancos. Lo que sí me impactó (y no noté hasta que no me senté) fue ver a la persona que estaba sentada en el escritorio, a modo de docente; un hombre alto, de mediana edad, pálido, de pelo largo y ondulado, de un color rubio rojizo. Estaba vestido con camisa, saco y corbata, pero por sobre todas las cosas, me resultó extrañamente familiar. Cuando se paró y se acercó a una de las antorchas, el fuego le iluminó la cara… Yo no sé como hice para no morirme, o infartarme o ponerme a llorar de la emoción, pero fue en ese entonces, que me di cuenta que mi nuevo profesor de sociología era nada más y nada menos que Dave Mustaine. Naturalmente, siendo como soy yo (y por el desmesurado amor que le tengo) hubiera saltado de mi banco y corrido cual vikingo por la pradera para tirarme encima, abrazarlo, llenarlo de besos y adularlo hasta en latín, pero no sé por qué, no me moví de mi banco.
Durante el tiempo que estuvo hablando, caminando de un lado al otro en el aula, mis ojos lo seguían, y sentía que el corazón se me iba. Estaba tan idiotizada que no podía despegar mi vida de él; tanto, que no presté atención a una sola palabra de lo que había dicho.
En un momento me levanté y me fui hasta su escritorio, con mis apuntes en la mano, y me senté frente a él, entre dos de mis compañeros; apoyé mis hojas en la mesa y me quedé mirándolo sin decir una palabra. No podía creer que, de todos los que éramos en el aula, nadie, salvo nosotros 3, se diera cuenta de quién era nuestro profesor. Y ahí nos quedamos, sentados y en silencio mientras él, el profesor más lindo que tuve en mi vida, tenía los pies sobre el escritorio, como quien los pone arriba de la mesa ratona de su living, tocando el solo de Symphony of Destruction. Antes de que éste termine, le dije “terminá, dale que te falta poco”. Así, siguió con lo que le quedaba de canción, mientras nosotros tres coreábamos “Megadé, Megadé, aguante Megadé”, ahí sentados, golpeando el escritorio con los puños. Demás está decir que la cara de orgasmo del colo, vista de cerca y en HD mientras toca la viola, es el sueño de la piba, hecho realidad.
Cuando me volví a mi banco, vi que me había firmado las hojas con mis apuntes, y les había puesto un sello redondo que decía “Megadeth nº 1”.
Al sonar el timbre del mediodía, para ir a comer, todos salieron corriendo y yo me quedé en el aula, en mi banco. Me levanté y me fui acercando al escritorio, cuando, prácticamente de la nada, aparece Vic Rattlehead (vestido con un traje azul eléctrico, con la estampa de Rust in Peace) parecido al que vi en el recital el año pasado, y sin decirme nada, me abrazó. Yo me asusté, no porque su cabeza fuera una calavera llena de remaches metálicos, sino porque me impresionó que un esqueleto de 2 metros me abrazara sin decir una sola palabra. Cuando se fue, nos quedamos solos ‘el profe’ y yo. Él estaba por salir del aula, antes de eso, me acerqué a él con los ojos llorosos y lo abracé. Esa sensación que sentí cuando me respondió el abrazo, fue terrible.
Se fue y yo me volví a mi banco, me senté a escribir y así me quedé hasta que volvieron mis compañeros de almorzar. Todavía no lo creía. Mi compañera de banco -Sofi Guzzo- me decía que no era para tanto, que no exagere, pero yo le insistía “era él boluda, era él”.
Cuando sonó el despertador, no sabia si volver a dormir, ir a bañarme o suicidarme, pero bueno, tuve la necesidad de escribirlo. Pero igual; ni hablar con Paul McCartney ni que James Hetfield se emocionara por tener un póster de Metallica en mi pieza supera esto; éste fue el mejor puto sueño que tuve en mi vida. Ya hace bastante lo soñé (el 9 de abril) y lo tenía escrito en el blog no-virtual, y boe, recién ahora se me da por escribirlo. Conste que, hace un par de semanas, soñé que lo volvía a ver. Que me abrazaba, que nos conocíamos y hablábamos re bien. Posta que el día que lo conozca en persona, lo vea, o por lo menos que responda a algo que yo le diga, voy a ser la persona más feliz del universo

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