Por Gustavo Nielsen
El mago del fin del mundo le
pregunta a la platea:
- ¿Alguno de ustedes es manco?
Saca de su galera, una mano.
-¿A alguien le robaron el DNI?
Lo saca también. Como nadie contesta, lee un nombre
de mujer y amaga con leer el número. La señora se apura para subir al
escenario.
-¿Un perro?
El gran danés pega un ladrido. El mago lee en el
collar.
-Bobbi.
Nadie se da por aludido. Típico animal abandonado
en vacaciones.
-¿A quién se le secaron todas las plantas?
El empresario sube a retirar las tres gardenias
florecidas, sacudiendo la cabeza en señal de vergüenza. “Y bueno, tuve que
viajar…”
-¿Quién perdió un embarazo?
El mago saca unos paños ensangrentados. Nadie sube.
-No o fue un aborto espontáneo… -dice- No vamos a
nombrar a la madre; todavía está penado por la ley.
Y se queda triste. Mete la mano en la galera, pero
no sale nada.
Con el tiempo se da cuenta de que las cosas ya no
quieren aparecer como antes. No son exactamente los objetos que la gente perdió.
La gente se queja:
-Mi hámster era albino.
-Mi barrilete de San Lorenzo (jamás de Boca).
-Las llaves no entraron en la cerradura.
Siguen pidiéndole cosas desesperadamente, pero sin
la misma devoción, porque saben que ahora puede fallar: “Mi hermano que se quedó
en Malvinas.” “La decencia.” “Mi primera novia.”
Si le piden “un recuerdo”, el mago entrega un
clavel sacado de un libro de Proust. Si descubre soldaditos de juguete, el mago
busca a un niño y sube un anciano llorando. Hace aparecer un vestido de novia y
lo retira una solterona de anteojos. Un rollo de planos es recibido por un
hombre de mediana edad, mal vestido y sin bañarse.
-Fui Maestro Mayor de Obras -dice.
-¿Y qué perdió?
-La oportunidad.
Una vecina de Barracas pasa a recoger una muñeca
con trenzas. Aclara, por si alguien de la platea quiere saber: “Mi infancia en
Tucumán”.
El que perdió el buen humor recibe una nariz de
payaso. El que perdió la salud, dos frascos de pastillas (no siempre las que
necesita para curarse). El público se vuelve extraordinariamente melancólico.
Ya no sabe ni lo que quiere encontrar. Entonces el mago vuelca su galera en el
piso y deja salir un molusco largo, con tentáculos retorcidos, granos y
cuernos. Tiene que tironear para sacarlo. Los espectadores lo miran hacer en
silencio. Por tramos, el animal es una larva o una serpiente. Un líquido
pegajoso que brota junto al monstruo mancha las manos y la camisa del mago. El
final es una cara chata con tres ojos. El mago lo mira enrollarse enfurecido. Todos
lo ven. Parece que sufriera, por cómo se retuerce contra el escenario. Uno de
los espectadores se anima, por fin, a preguntar:
-¿Qué es eso tan horrible que nos falta?
-El futuro.
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