Era un hermoso día otoñal, según me indicaban los árboles desnudos y las hojas en el pasto, anaranjadas, marrones y rojizas, pero hacía calor, mucho calor, por lo que no iba muy abrigada. Por esa calle no pasaba ningún auto; estaba tan tranquila que podía ir cabalgando por el medio, sin miedo al tránsito.
Llevaba un largo tiempo caminando por esa calle, sin escuchar más que el cantar de pájaros y el crujir de las hojas bajo los cascos del caballo, pero escuché, a lo lejos, voces masculinas; discutían y gritaban, pero yo no podía verlos por la neblina caída sobre el bosque. Un silencio rotundo me puso nerviosa, tiré de las riendas y mi caballo se detuvo. Se escuchó un rugido de motor y como salido de la niebla, vi cómo un enorme auto negro se me acercaba a toda velocidad. Quise correr, pero fue demasiado tarde: mi caballo se alzó sobre sus patas traseras, caí, sin poder sostenerme, sobre mi espalda y echó a correr, perdiéndolo de vista en pocos segundos. El auto me esquivó, de milagro, pero no fue capaz de frenar y socorrerme. Como pude, me levanté y vi cómo surgía la sangre de un corte que me había hecho en una de mis piernas. Me limpié y seguí mi camino, por donde había venido ese auto. Unos cuantos metros adelante, se escuchaba una guitarra, reproduciendo acordes confusos, sin poder reconocer si se trataba de una canción. Al costado de la calle, había un hombre sentado en un tronco, con una guitarra sobre su regazo. Estaba de espaldas y no podía verle la cara. Cuando me acerqué lo llamé: hey. Sin mirarme, tomó su guitarra y empezó a caminar. Lo corrí y lo tomé del brazo. No te vayas le dije. Al darse vuelta, un escalofrío recorrió mi espalda. Una mezcla de sorpresa y conmoción me heló el corazón. Era un hombre jovencito, no muy alto, de pelo largo. Temiendo de la respuesta, le dije Vos sos… ¿Paul? Se sacó los anteojos oscuros y asintió con la cabeza. Mis piernas temblaron y me caí sentada. Cuando se sentó a mi lado pude ver que tenía un ojo morado; sin decir nada, me di cuenta que había sido golpeado. Entonces empezó a tocar Yesterday, pero no cantaba. Yo estaba con una ensalada de emociones encima que me impedían reaccionar; no podía llorar, ni gritar, ni cantar. Con la boca abierta me quedé mirándolo. De golpe, tiró a un lado la guitarra, se agarró la cara con las manos y empezó a sollozar. Me acerque y lo abracé de lado, apoyando mi cabeza sobre su hombro. Escuché que murmuraba. Apoyé mi mano en una de sus mejillas y logré que me mire. Con lágrimas en los ojos me dijo Yo no soy la morsa. No supe qué contestarle. Ahí me agarró él por una de mis mejillas y siguió: No estoy muerto. No existen los dobles. Yo no estoy muerto! Siguió repitiendo esa oración cuando empezaron a nacer lágrimas en mis ojos. Hablá Paul. Hablá. No me creen. No puedo. Ahí me acordé de las operaciones hechas al supuesto doble. Levanté el pelo que tenía en la cara, toqué sus labios. No tenía cicatrices ni marcas. Sos… Vos. Se levantó y me ayudó a levantar. Me dio un abrazo muy fuerte y me dio un beso, casi en la boca. Me sonrió y me tomó la mano. Volvimos a esa calle y seguimos caminando mientras el sol iba bajando.
Abrí los ojos mientras sonaba un pipipí pipipí. Asumí que eran las 6 y algo, que es cuando mis viejos se levantan. Me quedé 2 minutos en stand-by y pensé Sugestionada. Sí. Estoy muy sugestionada por el video de anoche. De hecho, ni bien me levanté y me puse a escribir esto en un borrador (casi a la 1 de la tarde) me puse a ver ese mismo video otra vez y tuve más que fresco el sueño. Si querés ver el video, hacé click acá.
[Demás está decir que no creo una sola palabra de ese video, pero vale la pena verlo]
(no ví el video completo todavia e.e) por lo que se, Paul SI tuvo un accidente pero no paso nada, se lastimo un poco pero nada mas. Es por eso que estuvo una época con bigote, se habia cortado el labio
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