Un bello bosque con un pintoresco tinte otoñal, con hojas entre anaranjadas, marrones, verde oscuro, y césped crecido, iluminado por un brillante sol de tres de la tarde, en la más tranquila y fresca soledad. Mis pasos solo estaban acompañados por el cantar de algunos pájaros y el crujir de las hojas caídas cuando mis zapatillas las pisaban. Con las manos en los bolsillos y en ese inmenso paraíso, caminaba sin apuro, observando la belleza que me rodeaba, un poco extrañada por la ausencia de animales. Ir sola, por ese caminito de canto rodado me llenaba de paz el alma, pero no sé por qué me encontraba ahí, ni cómo había llegado, ni a dónde me dirigía.
Con la caída del sol, a lo lejos divisé un lugar donde no había árboles, sino muchos pabellones, como galpones, donde cada uno tenía su letra: “Pabellón A, B, C…” y así algunos más; no recuerdo muy bien cuántos había en total. Cuando llegué a ese lugar, una mujer se dirigía a nosotros -me encontraba con un pequeño grupo de personas desconocidas- diciendo “aquel es el pabellón de los violentos y peligrosos, ese de allá atrás es de los más tranquilos, aquel es de los especiales…” y así siguió describiendo los pabellones de aquel lugar que, al ver mujeres con apariencia de enfermeras vestidas de blanco, supuse que estaba en una especie de manicomio… Y no me equivocaba.
Habiéndome separado del grupo y de la mujer que nos hablaba, me dispuse a recorrer un poco ese inhóspito lugar alejado de la civilización, hasta toparme con corral con algunos perros, ovejas y caballos. De atrás mío (o mejor dicho, de la nada), aparece la “mujer-guía” y me explica que esas eran las mascotas de los internados, y que algunas también estaban insanas: “ese ovejero alemán -me señaló un bello individuo recostado sobre un montículo de tierra- vino a parar acá cuando su dueño fue internado por abuso sexual; el perro era el encargado de aplicar pequeñas dosis de una potente droga a las adolescentes que, minutos después, serían abusadas por su dueño”… Mirándola con mi mejor cara de WTF preguntándome cómo recórcholis un perro puede drogar a una persona, preferí alejarme de esa mujer y seguir recorriendo el entorno a mi antojo. Okay, no sé cómo catzo hice para meterme en este lugar -me dije-, pero voy a tratar de mantenerme al margen y evitar el contacto con violadores o con perros drogadictos…
El sol seguía entibiando cuando me dirigí al otro extremo de ese predio donde me llamó la atención un lugar que se asemejaba a una plaza, a un patio de juegos de un colegio, donde había adultos jugando como si, precisamente, fueran chicos. De golpe, me dio un vuelco el corazón; veo entre un grupo de “rappers” ridículamente vestidos a una figura femenina que se me hacía demasiado familiar. Salto la pequeña reja que rodeaba esa plaza y me dirijo a aquella mujer con el corazón en la garganta, le toco el hombro y al voltearse le digo… “vieja, sos vos?”. Extrañada me miró como si nunca me hubiese visto en su vida, y con cara de asco y desagrado me respondió “vieja me decís? No sé quién sos ni me interesa, y salí de acá si no querés que llame a las enfermeras”. Pero la puta, veo a mi propia madre internada en un lugar así, aparte de creerse una rapera de 16 años ni siquiera me reconoce y me trata como la mierda… Preferí pasar por alto ese amargo encuentro y seguir caminando entre los pabellones a ver si encontraba algo de interés con lo que entretenerme, así que salté la reja y volví a seguir el sendero marcado entre pabellón y pabellón.
Ya estaba cayendo la noche y seguía merodeando por ese extraño lugar, y yo seguía sin saber qué hacer o por donde ir para poder retirarme de allí, pero de golpe, una señal, una mala sensación me dijo que tenía que correr… Escuché gritos que provenían de un pabellón por el que había pasado hace unos momentos, considerando que más o menos lo tendría a unos 100 metros de mí, vi a dos enfermeras y a un guardia de seguridad correr en sentido contrario al mío y al pasar al mi lado el guardia me grita con desesperación “Salí de acá! Estás en peligro!”. Cuando mi cabeza empezó a maquinar la posible fuga de uno de los locos “peligrosos”, una de las enfermeras me agarró de la muñeca y empezamos a correr por el camino por el que iba, izquierda, derecha y derecha otra vez, y nos metimos en un pabellón que era mucho más chico que los demás. Al cerrar las puertas y trabarlas junto a la enfermera miré a mi alrededor; era una lugar como esos a los que les dicen “sala blanda” en algunos salones infantiles, donde había jóvenes (de unos 20 a 30 años) jugando y entreteniéndose con las enfermeras. Como no podía salir de ese lugar hasta que el “peligro” pasara, me fui a sentar a uno de los puffs donde había unos chicos dibujando, cuando comprendí que esos chicos no poseían la edad mental que sus cuerpos aparentaban, sino que eran mucho más jóvenes, de unos 3 a 5 años. De pronto veo que uno de los chicos me sonreía. Tenía unos 23 años, rubio y de aspecto atractivo. Me muestra la palma de una de sus manos, donde decía “Hola =D”. Le contesté con una sonrisa, agarré un lápiz y en mi palma derecha (sí, escribí con la mano izquierda) escribí un “hola =)”. En su otra palma decía algo que no recuerdo, a lo que le contesté con un corazón. Al ver que no tenía más espacio para seguir escribiendo en mis manos me dijo “uy, que lástima, te vas a tener que borrar el corazón”. Bajé la vista y me miré las manos, decidida a que no iba a borrar nada, pero cuando lo miré, ya no estaba; este chico se había evaporado mágicamente… “Misterio, este lugar se está tornando un poco raro”.
Luego de un largo rato descansando en ese puff y observando a la gente a mi alrededor, salí de ese pabellón y al mirar hacia el cielo me di cuenta del tiempo que había pasado: un enorme manto negro de oscuridad con destellos brillantes cubría todo, y una enorme luna redonda coronaba esa hermosa postal nocturna. Estaba haciendo mucho frío, y le pregunté a una enfermera dónde podía quedarme para pasar la noche, entonces me acompañó a una casita blanca, donde estaban los dormitorios de las enfermeras. Entré en uno donde había una enfermera (ya en pijama, y con una notebook en su regazo) acostada en la cama, y me invitó a que me acostase con ella. Una vez sin zapatillas y sin campera, me acurruqué en un costado de la cama y veía lo que hacía la enfermera en la notebook. Extrañamente me parecía muy familiar, pero al acordarme del antecedente con mi madre, preferí no decirle nada.
De golpe, salta de la cama y se pone una bata blanca: estaba sonando una alarma y me dijo que no me vaya, que me quede en la cama. “Por Dio, todo el tiempo se fugan los locos acá?”. No pasó mucho tiempo hasta que apareció mi prima recostada a mi lado, y nos pusimos a curiosear la computadora de la enfermera, con las manos apoyadas en mi estómago y una rodilla en alto. Hasta que un brusco golpe en mi pierna me hizo alertar: alguien me arrancó de las manos la computadora y se abalanzó sobre nosotras, pude extender mi mano izquierda y prender el velador… ¡Era el chico con el que me había escrito las manos en la sala blanda! Por las cosas que balbuceaba y por la rapidez con lo que lo hacía, no sabía si era de forma agresiva, cariñosa o qué, pero seguramente, al estar yo con una rodilla flexionada, no me fue difícil darle un buen golpe en sus partes nobles y levantarme en busca de ayuda, pero no podía despegarme de la cama, una fuerza invisible me obligó a quedarme recostada hasta que… Abrí los ojos. Sorprendentemente estaba acostada, con las manos entrelazadas en mi estómago y la rodilla derecha flexionada. La luz de mi habitación y la voz de mi hermano diciéndome que le levante me hicieron volver en sí. Con la mano dormida estiré mi mano y -como pude- agarré mi celular: 3 mensajes nuevos y ¿la hora? 17:54. “Genial, otro sueño que me deja con la cabeza dada vuelta”, pensé, antes de levantarme y volver a la normalidad.